La familia del Dr. Lehman: un rompecabezas inquietante

Es bueno leer este libro trepidante en un lugar alejado, sin mucha gente, para simular la sensación de soledad de la protagonista. Foto: Ariana Guevara Gómez

 

Esta novela de la ecuatoriana Sandra Araya aborda la complejidad de las relaciones familiares y la construcción/destrucción de la identidad personal

Cuando la editorial Limbo Errante me propuso que escogiera un libro para reseñar, me decidí por La familia del Dr. Lehman, la segunda novela de la ecuatoriana Sandra Araya, porque la sinopsis hablaba de identidad, relaciones familiares y memoria personal. Se trata de temas que siempre me han llamado la atención, y empecé la lectura con ciertas expectativas. Pero la verdad es que su argumento no cumplió con lo que yo esperaba: desde la primera página me sorprendió muchísimo, y para bien.

No quisiera dar mayores detalles, porque creo que la gracia de este libro radica en ir descubriendo lo que pasa sin tener mucha idea previa. Sí puedo decir que se trata de la historia de una familia errante, que vaga de un pueblo a otro, entre rocas, polvo y calor. No se sabe mucho de su pasado ni de sus intenciones.

Para acompañar a esta familia en sus viajes y secretos, son perfectas unas cotufas o palomitas dulces, como las que compró Amy Lehman al llegar al primer pueblo. Foto: Ariana Guevara Gómez

La protagonista, Amy Lehman, va mostrando las piezas de este rompecabezas un tanto perturbador, que siembra dudas con cada frase. Al principio, el pueblo al que llega la familia se muestra extrañamente simpático, como en esas películas de suspenso en las que nada es lo que parece. ¿Qué preparan estos vecinos para los recién llegados? La sospecha se instala desde el comienzo.

Luego, a medida que avanza la historia, la duda se traslada a la propia familia. Hay secretos, cosas a medio decir, preguntas sin responder. ¿Quién es realmente Hugo Lehman, el padre? Y sobre todo, se repite constantemente una interrogante: “¿Acaso hay algo más que todo esto?”, que puede aludir a múltiples interpretaciones, pero que demuestra la inquietud por el porvenir, por lo que podría ser que ahora no es.

Se trata de un libro con una ambientación muy bien lograda, que engancha ―yo lo leí en un día, durante un viaje en avión de varias horas― y que mantiene la tensión desde el principio hasta el final. Quizás haya cosas que se vuelvan repetitivas, como esa duda sobre lo que habrá en el futuro, pero creo que la reiteración juega un rol fundamental para expresar la condena a vivir en una especie de círculo vicioso. Y sobre todo, en el trasfondo se plantean constantemente las preguntas que se asoman ya en el prólogo del escritor ecuatoriano Leonardo Valencia: “¿Qué asigna un papel dentro de una familia? ¿El vínculo biológico o los vínculos creados por la afinidad y el azar? ¿O se trata, más que de una herencia genética, de una configuración por parte del miembro y del resto de la familia?”.

La prosa de Sandra Araya atrapa desde la primera línea. Foto: Ariana Guevara Gómez

También se hace una exploración muy interesante sobre el asunto del conocimiento propio. La sinopsis dice que se enfoca en la destrucción de la identidad, a través del sometimiento y la aniquilación de la personalidad. Yo agregaría que también se trata de la construcción de nuevas identidades a partir de la destrucción del pasado, y de la fragilidad de la psique humana ante la manipulación. Es un libro que da para reflexionar mucho, pese a su corta extensión y su narración tan trepidante. Y, además, demuestra el talento de esta narradora, a la que vale la pena prestar atención, pues creo que logra bastante bien algo que dice en el epílogo: “La búsqueda que estoy intentando, tramando, es sincera, honesta, sin tratar de ser más de lo que se pueda en cada texto: la búsqueda de una voz en la oscuridad, en las tinieblas en las que habita el miedo. O la luz. Lo mismo da. Las cosas horribles también suceden a la luz del día, y mi intento es mostrarlas”.


El fragmento

“Levantarse, salir de la cama, mirar, oler, tocar. Hablar con otras personas. Sentir algo por esas personas: odio, amor, frustración, rabia, indiferencia. Sobre todo, vivir era mirar más allá, siempre la imaginación puesta en lo que podría ser, en lo que se desea. Soñar despiertos, pensando en que acaso había algo más que eso de levantarse, hablar, sentir. Hasta que un día, luego de que has hablado lo suficiente, has dicho lo que piensas, has tenido miedo de no cumplir tus metas, y te has tranquilizado, casi al mismo tiempo, con una frase del tipo «ya llegará», tu vida, la gente a tu alrededor parece desaparecer, desdibujarse bajo la insistente luz del sol que pretende aniquilar todo a su paso”.


 

 


Sobre la autora

Sandra Araya nació en Quito, en 1980. Empezó a leer de forma constante a los 8 años de edad, y a los 13 años comenzó a escribir poemas. Estudió Periodismo y Literatura en la Pontificia Universidad Católica de Ecuador, pero decidió enfocarse en la literatura. Fundó la editorial Doble Rostro, que tiene varios libros publicados, y colabora con las revistas La barra espaciadora y Diners. También es editora de la revista Babieca. Sus cuentos se han publicado en revistas como El búho, Aceite de perro, Big Sur, Ómnibus, Aurora Boreal, Casapalabras y Letras del Ecuador. En 2010 ganó la Bienal Pablo Palacio, y en 2014 publicó su primera novela: Orange. En 2015 ganó el premio La Linares de novela corta por La familia del Dr. Lehman. El lobo, su tercer trabajo de narrativa, se publicó en 2017.

 

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