Diario de una caraqueña por el Lejano Oriente: crónica de una viajera sofisticada

El Mercado de San Antón, en Madrid, es un lugar que combina muy bien con este libro, pues cuenta con una variedad de puestos de comida de varias partes del mundo, entre ellas, japonesa. Así se puede acompañar a la protagonista de este relato en su periplo por el mundo. Foto: Zvonimir Ilovaca Leiro

 

Esta es la tercera entrada sobre Teresa de la Parra que forma parte del proyecto Adopta a una autora, una iniciativa que busca darle visibilidad a las mujeres escritoras

Diario de una caraqueña por el Lejano Oriente es una obra ligera que se puede leer en un día. Se trata de la crónica de un viaje que empieza en Nueva York y termina en la ciudad china de Harbin, y que se desarrolla desde abril hasta septiembre de 1919. La narración es sencilla y tiene esa pizca sutil de ironía y humor que tanto caracteriza a la prosa de Teresa de la Parra, pero no es ni de cerca mi texto favorito de la autora.

La primera vez que salió a la luz este escrito fue en 1920, en la revista Actualidad, dirigida por el escritor Rómulo Gallegos. Tal como señala el prólogo de esta edición, el diario se construyó con base en las cartas de María, la hermana de Teresa de la Parra. Todo está narrado en primera persona, desde la perspectiva de una venezolana casada con un ruso y residenciada en Nueva York, que emprende un viaje en grupo hacia tierras que son desconocidas para ella: pasa por San Francisco, Hawái, las ciudades japonesas de Yokohama, Tokio, Kioto y Kobe, y entre otras, las ciudades chinas de Shanghái, Dalián y Harbin.

Lo lógico hubiese sido acompañar esta lectura con una comida japonesa, pero yo decidí acudir a La Despensa, en el Mercado de San Antón, y pedir un golfeado, un dulce típico de la Región Capital de Venezuela, especialmente de los alrededores de Caracas. Creo que le queda perfecto por las constantes menciones que hace la protagonista sobre la capital de ese país latinoamericano. Foto: Zvonimir Ilovaca Leiro

La protagonista es un personaje de ficción —que solo se identifica como señora Bunimowitch, sin nombre de pila—, pero tiene muchos elementos autobiográficos. Hace constantes referencias nostálgicas sobre Caracas, las haciendas, las frutas tropicales que le recuerdan a su tierra. Y también le hace un guiño al internado del Sagrado Corazón de Godella, en Valencia, España, donde la propia Teresa estudió durante 10 años. Si bien esta edición cuenta con algunas notas explicativas a pie de página, es más interesante leer esta obra una vez que se conozcan algunos datos de la vida de la autora.

En general, se trata de un relato agradable, a ratos divertido, pues la protagonista expresa sus opiniones sinceras sobre la cultura de esos sitios que visita. Por ejemplo, narra una fiesta de estilo japonés que se celebró en Kobe, Japón, y dice esto: “Empezamos nosotros entonces a hacer juegos malabares con los clásicos palillos, y pronto me convencí yo que aquello iba tomando el mismo sesgo del suplicio de Tántalo, porque el menú no estaba desprovisto de interés y decididamente no había esperanzas de llegar hasta él, provistos de armas tan insignificantes como inútiles”.

Este libro es tan fácil de leer que se puede llevar a cualquier parte, incluso a un lugar tan bullicioso y lleno de vida como el Mercado de San Antón. Foto: Zvonimir Ilovaca Leiro

También me identifiqué mucho con las reflexiones sobre lo que significa estar lejos de la propia tierra, y me gustaron las descripciones de esos parajes exóticos desde la visión occidental, con esa sorpresa propia de quien ve por primera vez una cultura diferente.

Pero tuve algunos problemas con ciertos puntos del relato. La protagonista es una mujer sofisticada de la alta sociedad, y hubo momentos en los que me cayó un poco pesada. Por ejemplo, se refiere a las mujeres de Japón como “japonesitas”; aunque lo hace para destacar características positivas, ese tratamiento me pareció un poco distante e irrespetuoso. O cuando dice que los habitantes de Kobe son desaseados: “Según veo, los amarillos no saben ser sucios sin serlo de veras y hasta un grado inverosímil”. Me causó hasta cierta gracia y me parecieron comentarios muy coherentes con el personaje, pero hicieron que me desagradara un poco su actitud.

En todo caso, rescato el tono fresco del relato, y lo recomiendo para momentos en que se necesite una lectura ligera. Para mí, no cuenta con la maestría de la Teresa de la Parra de Las memorias de Mamá Blanca o Ifigenia, pero puede resultar muy entretenido.


El fragmento

“Por una extraña coincidencia nuestro vapor, anclado ya en el puerto, se llama el Venezuela. Es muy hermoso y tiene gran tonelaje. En él nos embarcaremos esta tarde. Me parece verlo desde aquí, creo que son unos mástiles que se destacan entre los otros vapores y pienso con orgullo pueril: ‘Siendo el más hermoso de todos se llama Venezuela’. Y es que el amor de la tierra es un sentimiento que, por dormido que se halle, se despierta y se exalta con las largas ausencias y las largas distancias…”


Sobre la autora

En las dos entradas anteriores sobre Teresa de la Parra, que forman parte del proyecto Adopta a una autora, se pueden leer algunos datos biográficos. Para leer la reseña de Las memorias de Mamá Blanca, hacer clic aquí. Y para descubrir la primera parte de la biografía de la escritora, vista desde las ciudades en las que vivió o a las que viajó, hacer clic aquí.

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