Es recomendable leer este libro en un lugar boscoso al atardecer, para que combine con la ambientación asfixiante de una de las escenas del libro. Foto: Cristina Urquiola
Este libro, que leímos como parte del Club Pickwick el año pasado, tiene elementos interesantes, pero no terminó de convencerme
Cuando Nathaniel Hawthorne terminó la escritura de La letra escarlata, en 1850, se la leyó a su esposa. Tal como señala la investigadora Nina Baym en la introducción de este clásico estadounidense, Hawthorne contó orgulloso que esta lectura hizo que la mujer se enfermara. Para él, no podía existir una prueba mejor de la intensidad de su obra. Pero ahora, más de 100 años después de ese momento, creo que es difícil que esta novela despierte tantos sentimientos.
La historia se ambienta en la Nueva Inglaterra del siglo XVII, habitada por una de las primeras comunidades provenientes de territorio inglés, que profesaban el puritanismo. En medio de la intensa vida religiosa y del carácter estricto de este pueblo, Hester Prynne es acusada de adulterio y condenada a llevar una letra A de color rojo en su pecho. Mientras tanto, se teje una madeja de relaciones entre Arthur Dimmesdale, un clérigo muy querido en el lugar —que es venerado casi como un santo—, Roger Chillingworth, un anciano vengativo y manipulador, y Pearl, una niña traviesa y un tanto terrorífica.
A lo largo de la novela, se plantean cuestiones muy interesantes, que me hicieron entender por qué esta obra se convirtió en un verdadero clásico. Por ejemplo, se proponen distintas formas de asumir la culpa en medio de una sociedad asfixiante e invasora de la vida privada. Por un lado, se muestra la actitud de Hester, resignada a llevar el símbolo de su pecado y asumir su realidad. Por el otro, está el devenir de un personaje que se resiste a confesar sus errores y que se consume por el secreto y el remordimiento.
Podría interpretarse esta historia como una crítica a la hipocresía de quienes pretenden mantener una imagen inmaculada, mientras que en la sombra muestran su cara más oscura. O, quizás, también pueda verse el final de esta novela como una reivindicación de los valores religiosos: siempre es mejor confesar el pecado en público y tratar de redimirse como se pueda, que esconder los propios errores y destruirse a sí mismo por el peso de una doble vida. En todo caso, me pareció interesante el argumento y el análisis que se puede desprender de él. Además, las descripciones del bosque, donde ocurre una de las pocas escenas emocionantes del libro, me parecieron maravillosas.
Pero, pese a eso, fue una novela que no terminó de convencerme. Los personajes me parecieron odiosos y, a ratos, inverosímiles. No logré conectar con ninguno de ellos. No sufrí, no me desesperé, no celebré victorias ni me reí. Es decir, no me llegaron al corazón y no me interesó su vida en lo más mínimo. Es difícil explicar por qué. Quizás haya sido el estilo de la narración o que no lograba justificar algunas de sus acciones.
¿Recomendaría este libro? La verdad es que no a todo el mundo. Tal vez se lo regalaría a alguien que estuviera interesado en la literatura clásica de Estados Unidos, o que quiera conocer de primera mano y analizar los matices de una historia que se enseña en las escuelas de ese país. O a quien desee acercarse a una obra muy conocida, a sabiendas de que quizás pueda salir un poco decepcionado.
El fragmento
“A veces, el infame objeto rojo sobre su pecho latía comprensivamente cuando se cruzaba con un venerable ministro o magistrado, modelo de piedad y de justicia al cual, en aquellos tiempos tan inclinados a la veneración, la gente consideraba como uno de esos seres privilegiados que alternan con los ángeles. ‘¿Qué es esta perversión que siento cerca?’, se decía Hester dialogando consigo misma. Y al alzar los ojos atemorizada no encontraba nada al alcance de su vista, nada, fuera de la figura del santo varón”.
En el cine
Esta obra ha sido llevada a la pantalla en innumerables ocasiones, desde 1908 hasta 2004. Hay una versión de cine mudo, una adaptación alemana y una surcoreana. La más conocida es la de 1995, protagonizada por Demi Moore, y también está Rumores y mentiras, con Emma Stone. Más información aquí.