Kentukis: Una posibilidad incómoda

Cuando me hablaron de este libro de la escritora argentina Samanta Schweblin me dijeron que se trataba de una obra de ciencia ficción escalofriante. Como ya había leído Pájaros en la boca, sabía que me iba a gustar. A medida en que empecé a leer Kentukis, entendí que lo que más daba miedo era lo factible y actual que era la premisa de la autora. 

Schweblin nos plantea un escenario, muy parecido a nuestro entorno actual, en el que se populariza —a escala global— un “juguete” tecnológico que entra en la privacidad de los hogares: un Kentuki. 

Alina, uno de los personajes del libro, hace una descripción acertada: “El kentuki no era más que un cruce entre un peluche articulado y un teléfono”. Para mí, se trata de una fusión entre una aspiradora robot con un osito de peluche con cámara oculta. Aunque la apariencia de cada kentuki es única, puede ser un conejo azul, un dragón atigrado, una lechuza fucsia…

Los kentukis tienen dificultades para desplazarse sobre ciertas superficies, pero pueden ser muy observadores y curiosos y salir a explorar cada rincón del hogar, tal como lo hace una aspiradora robot.

El giro interesante es que cada kentuki es controlado por una persona, un desconocido, que puede estar en cualquier parte del mundo. El dueño del robot solo puede verlo desplazarse, moverse y emitir algún pitido. El “ser” —la persona que se convierte en el “alma” del muñeco— debe usar una tablet con la que puede ver, escuchar y controlar el aparato, pero no hablar ni comunicarse directamente con su “dueño”. 

No se puede apagar. No se puede elegir al kentuki ni al “espía” que estará observando tu intimidad todo el día. Si se descarga, el kentuki muere.

En cada capítulo la autora nos muestra la experiencia de un personaje —o varios personajes— con un kentuki o con una pantalla para controlar un kentuki. En las primeras páginas apreciamos los encuentros iniciales (personalmente disfruté mucho los unboxings) con la nueva “mascota” y luego —con saltos entre capítulos— cómo va evolucionando cada relación.

Es un libro ideal para leer en casa. Para imaginar lo que podría ver un kentuki en nuestros ratos de soledad, para pensar en lo que podríamos aprender sobre otros estilos de vida. 

Los kentuki se convierten en compañeros y portales. Le permiten a Emilia entretenerse con la vida de Eva, a Marvin conocer la nieve, a Grigor emprender. Schweblin nos sumerge en la intimidad de los personajes, con sus diferentes nacionalidades, culturas y personalidades, y nos mantiene atrapados hasta el final. Vale mucho la pena llegar hasta el final. 

La forma en la que evolucionan las historias, los conflictos que surgen y los dilemas morales nos hacen cuestionarnos, como lectores, no solo qué haríamos en el caso de estos personajes, sino muchos temas de nuestra actualidad. ¿Perferirías ser un kentuki o tener un kentuki?

Acompañé mi lectura con uvas y mi yogurt favorito —probablemente más apetitoso que el que prepara el papá de Grigor en el libro—, pero quizás un pollo frito, rindiendo homenaje al kentuki Coronel Sanders, sería excelente para un discusión sobre tener o no tener un kentuki.

Creo que a cualquier lector —especialmente a alguno fanático de la serie Black Mirror— que disfrute una lectura enganchante, de esas que puedes terminar en un día, le puede encantar este libro. Sin duda Samanta Schweblin sube otro escalón entre mis autoras favoritas con esta obra.

PS: Luego de leerlo no puedo dejar de pensar que mi aspiradora robot puede tener una cámara incorporada y que una persona me observa constantemente. 

El Fragmento:

“La chica cenaba alrededor de las siete y media mirando las noticias. Llevaba su plato al sofá, se abría una cerveza, alzaba al kentuki y lo ponía junto a ella un rato. Entre los almohadones, era casi imposible para Emilia moverse, aunque podía girar la cabeza y mirar el cielo por la ventana o estudiar a Eva más de cerca: la textura de lo que llevaba puesto, como se había maquillado, las pulseras y los anillos, e incluso podía ver las noticias europeas. No entendía nada —el traductor sólo se preocupaba de la voz de Eva—, pero las imágenes eran casi siempre suficientes para formarse una opinión sobre lo que estaba pasando, en especial cuando no había mucha gente en el Perú siguiendo las noticias alemanas. Hablando al respecto con sus amigas y en el supermercado, se dio cuenta enseguida de qué manejaba información exclusiva y de que la gente no solía estar al tanto de la actualidad europea en todo su detalle.”

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