Este libro de Teresa de la Parra es una joya de la literatura venezolana. Cualquier espacio abierto y soleado es ideal para acompañar a la protagonista en sus reflexiones. Foto: Ariana Guevara Gómez
Los libros de la escritora venezolana Teresa de la Parra formaron una parte fundamental de mis lecturas juveniles. Por eso, así como me pasó con Las memorias de Mamá Blanca, tenía un poco de miedo de releer Ifigenia y de hacer esta reseña: había una posibilidad de que esta obra, que tanto me gustó cuando era adolescente, hubiera perdido todo su encanto. Por suerte, ocurrió todo lo contrario. Ifigenia no solo es una novela que se mantiene vigente con el paso del tiempo, sino que gana nuevos matices con las relecturas.
La historia, publicada por primera vez en 1924, tiene como protagonista a María Eugenia Alonso, una joven de 18 años de edad, que se ve obligada a regresar a Venezuela después de vivir y estudiar en París durante muchos años. Salvo un capítulo corto en el que se reproduce la carta de un enamorado de María Eugenia, todo se narra en primera persona, primero a través de una misiva larguísima que la protagonista le dirige a su amiga Cristina Iturbe, y después en formato de diario.
Gracias a eso, es posible conocer lo que pasa por la cabeza de la joven, sus sentimientos, expresados con paroxismo, y sus autoengaños y contradicciones. Es prácticamente imposible no sentir simpatía por este personaje que, al principio, muestra todo su desparpajo y que después va sucumbiendo en una espiral de conflictos.
Ifigenia gira en torno a un tema principal: la tensión entre la moral de la Caracas de la época y la realización de la libertad personal. Como señala un ensayo de Froilán Ramos Rodríguez, se produce en el personaje un choque cultural. María Eugenia llega de París con ideas modernas, con ansias por desarrollar todo su potencial y alimentar su cultura, y se encuentra con una sociedad anclada todavía en el siglo XIX, empeñada en someter a las mujeres al cerco del matrimonio, la única salvación de la pobreza y la miseria.
Por eso, en medio de la búsqueda de la propia identidad se plantea la necesidad de elección entre dos hombres —es imposible siquiera considerar el quedarse sola—: uno que ofrece la estabilidad y la tranquilidad del deber cumplido, y otro que representa el enamoramiento apasionado y la felicidad prohibida —no digo nombres para no hacer spoilers—. Salvando todas las distancias, la historia me hizo recordar a las obras de Jane Austen.
La actitud de María Eugenia deja ver la intención de la autora de criticar lo absurdo de esas costumbres tan restrictivas, que afectaban a los hombres, pero sobre todo a las mujeres. En más de una ocasión, especialmente al principio de la novela, la protagonista suelta frases con tintes feministas. Por ejemplo: “¡Si al menos hubiera nacido hombre! Verías tú, tío Pancho, cómo me divertiría y el caso que haría entonces de Abuelita y de tía Clara. Pero soy mujer ¡ay, ay, ay! y ser mujer es lo mismo que ser canario o jilguero. Te encierran en una jaula, te cuidan, te dan de comer y no te dejan salir; mientras los demás andan alegres y volando por todas partes. ¡Qué horror es ser mujer! ¡Qué horror, qué horror!”.
Justamente tío Pancho, pese a que tiene algunas ideas machistas, defiende la posibilidad de elección de su sobrina y la alienta a seguir lo que le dicta su propio deseo. Es uno de mis personajes favoritos. Hace unos comentarios muy divertidos y es la nota discordante frente a las sentencias tan severas de Abuelita y tía Clara. La actitud de María Eugenia hacia él va cambiando a lo largo del libro, producto de ese intento de autoengañarse y acallar su personalidad, pero yo siempre estuve de parte del tío, incluso cuando ella lo tildaba de impertinente y molesto.
También me gustó el personaje de Gregoria, una de las sirvientas de la casa, que cuidó a María Eugenia desde su nacimiento hasta que se fue a París, cuando tenía 6 años. Así como Vicente Cochocho en Las memorias de Mamá Blanca, Gregoria es la personificación de la sabiduría popular. Representa el valor de la humildad y de la agudeza del pueblo de Venezuela, frente a las pretensiones de la clase alta. La propia protagonista lo reconoce: “Es esto lo que tía Clara no comprenderá jamás, y lo que yo he descubierto desde hace ya mucho tiempo. Gregoria es la sabiduría sencilla y sin complicaciones. Bajo la maraña de su pelo lanudo se esconde, como en el misterio del brillante negro, la chispa clarísima del más agudo ingenio”.
El libro está lleno de frases de ese tipo, muy bien escritas y llenas de reflexiones. Me gustó la forma en la que se expresa el personaje, sus referencias a mitos griegos y a obras de la literatura universal, y el estilo envolvente de la escritura, pero sí tengo que reconocer que a veces la protagonista puede ponerse un poco melodramática. Lo divertido es que incluso ella misma lo reconoce páginas más adelante, pero advierto que en ocasiones hay que tenerle mucha paciencia.
Pese a eso, Ifigenia es una novela maravillosa, que no solo engancha sino que también permite conocer un poco más la sociedad caraqueña del siglo XX. Tanto para venezolanos como para lectores de otras nacionalidades, es un libro muy recomendable, que justifica completamente la fama de Teresa de la Parra como una de las grandes escritoras venezolanas de su época.
El dato
Esta historia, titulada al principio como Diario de una señorita que se fastidiaba, se publicó en La lectura semanal, en 1922, y obtuvo el premio del Concurso de Novelistas Hispanoamericanos. Teresa de la Parra también ganó un concurso de la Casa Editora Franco-Ibero-Americana, y recibió 10.000 francos, cantidad que sirvió para publicar la obra en francés en 1924.
Para saber más sobre la vida de Teresa de la Parra y sobre la iniciativa Adopta una Autora, los invitamos a leer las entradas anteriores:
Reseña Las memorias de Mamá Blanca
Reseña Diario de una caraqueña por el Lejano Oriente
Las ciudades de Teresa de la Parra, parte I
Las ciudades de Teresa de la Parra, parte II