Una parte de este libro se ambienta en la selva, así que un buen lugar para leerlo es un parque natural en medio de la ciudad. Foto: Ariana Guevara Gómez
Este libro, escrito por Borja Monreal Gainza, habla sobre una fecha que marcó la historia reciente de este país africano y lo entrelaza con otros temas como la migración, la construcción de la identidad, el perdón y el sufrimiento de la guerra
Leí por primera vez sobre El sueño eterno de Kianda en un blog que se ha convertido en un imprescindible para mí: Literafricas, escrito por Sonia Fernández. La reseña sobre este libro de Borja Monreal Gainza, ganador del Premio de Novela Benito Pérez Armas en 2016, me llamó la atención porque decía que era una obra ambientada en Angola, un país del que sabía muy poco. Meses después, el propio autor nos contactó a través de Twitter para ofrecernos un ejemplar, y acepté sin dudarlo. Ahora, después de terminarlo, puedo decir que la lectura no me defraudó.
La protagonista es Kianda, una mujer que vive en Londres y que empieza a replantearse muchos asuntos de su vida a raíz de la enfermedad de su madre. Después de abandonar Angola a muy corta edad, Kianda decide olvidarse de su pasado y fundirse entre la multitud londinense. Pero en el hospital, mientras visita a su mamá, empiezan a surgir preguntas sobre su pasado, especialmente sobre un gran ausente: su papá, Rui Alves, guerrillero durante las luchas por la independencia de ese país africano.
Ese es el punto de partida de la historia, en la que se intercalan las visiones de varios personajes. Además de la propia Kianda y de su mamá, Nzinga, es posible conocer la perspectiva de Rui, no solo por el narrador, sino también por su diario —que se puede identificar con facilidad porque las hojas son de color negro, con unas ilustraciones bellísimas de Loraxi López—. A través de esa estructura, se va armando poco a poco el rompecabezas, con la participación de nuevos actores en la segunda parte de la obra.
Algo que me gustó mucho es que El sueño eterno de Kianda se lee con mucha facilidad porque tiene un buen equilibrio de descripciones, diálogos, explicaciones y reflexiones. En ningún momento se hace pesado. Y eso ayuda a entender episodios de la historia de Angola, desde los albores de las revueltas por la independencia y las pugnas entre los partidos MPLA, la UNITA y la FNLA, hasta la situación más reciente, con gobernantes corruptos e indolentes y desigualdades extremas. El acento está puesto en una fecha clave: el 27 de mayo de 1977, cuando se ejecutó una purga por un supuesto golpe de Estado. El libro está muy bien documentado y mantiene, al mismo tiempo, la agilidad de una obra de ficción.
Me gustaron, además, los temas que se abordan: el vacío de la vida consumista en los países occidentales, la reconciliación y el perdón como opción a la venganza, el sufrimiento indeleble que deja la guerra, la construcción de la identidad, etc. Pero, sobre todo, el gran tema que sirve de hilo conductor a todo el libro es el potencial destructor que tiene el ser humano, indistintamente de la raza. Lo que cometieron los colonizadores en el pasado, más tarde fue ejecutado prácticamente de la misma forma por los propios angoleños que alcanzaron el poder.
Aquí hay que decir que mi experiencia con la novela puede ser muy distinta a la de otras personas más avezadas en literatura sobre África, pues apenas ahora me estoy introduciendo en este mundo. Yo aprendí cosas nuevas, me emocioné y disfruté durante prácticamente toda la lectura. Creo que es recomendable leerlo sin tener mucha idea sobre la historia y la literatura angoleña, y después seguir con otros autores, como uno de los que recomienda Sonia en su blog: Pepetela. No pude evitar comprarme La generación de la utopía mientras leía este libro.
Ahora, una de las críticas que puedo hacer sobre esta historia es la construcción de algunos personajes. Mis favoritos fueron Kianda y Zé, el compañero de Rui en la guerra independentista, porque, a mi juicio, tienen muchos matices. Pero otros no me convencieron mucho. Nzinga, por ejemplo, fue el que menos me gustó. Si bien tiene mucha chispa y fortaleza, creo que es demasiado perfecta. Su entereza es admirable, pero también poco creíble. También hay otros que, si bien tienen una personalidad definida, parecen muy arquetípicos.
En todo caso, pese a esta opinión, considero que es un libro que vale la pena leer. En mi caso, creo que cumplió su cometido: me enganchó, me hizo aprender y, sobre todo, me dejó con ganas de saber más sobre Angola y sus contrastes.
El fragmento
«La guerra permitía soñar porque generaba una pesadilla. La situación era tan compleja, tan dura, que el sueño era la salida natural de las personas. El problema, curiosamente, llegaba con el advenimiento de la paz. Repentinamente los sueños se convertían en sólo eso, sueños. La paz no es lugar para los soñadores, estos forman parte de la guerra. La paz es para los pragmáticos, para los burócratas, para los trepas. Aquellos que durante la guerra tuvieron tiempo suficiente para pensar en qué harían con el poder durante la paz».
Sobre el autor
Borja Monreal Gainza nació en Pamplona, en 1984. Ha viajado por varios países africanos gracias a su trabajo en cooperación al desarrollo. Justamente en uno de estos periplos llegó a Angola, donde escuchó por primera vez del 27 de mayo de 1977. A partir de ese momento, empezó a investigar y documentarse para escribir El sueño eterno de Kianda, que ganó en 2016 el premio Benito Pérez Armas de Novela. En 2012 recibió el premio Francisco Ynduráin de las letras por su crónica Angola, la intensidad de SER humano. Es autor de la novela negra Cómo me convertí en un muerto y también ha escrito una gran cantidad de artículos, ensayos, relatos de viajes y crónicas para medios como Mundo Negro, Esglobal y Foreign Policy.