Dientes blancos: identidades en movimiento

Esta es una historia que muestra una cara poco conocida de Londres, con unos personajes que luchan por encontrar su propio lugar. Foto: Ariana Guevara Gómez

Quitando un par de excepciones, los personajes de Dientes blancos —primera novela de la inglesa Zadie Smith— comparten una tragedia: no encajan en los estándares y expectativas de la sociedad británica. Sea por su color de piel, su origen, su religión, sus creencias o su comportamiento, estas personas se mueven en los márgenes. Algunos estereotipos salen a relucir: muy inteligente para ser indio, muy musulmán para llevar tantos años en Inglaterra, muy ambiciosa o agresiva para ser mujer, muy poco educado para ser inglés. Nadie se salva.

En esta obra, Zadie Smith dibuja una cara de Londres que poco se ve fuera de sus fronteras. La historia gira en torno a dos familias: una pareja de bengalíes que migra para mejorar su situación y un inglés que se casa con una jamaiquina sin dientes. Aunque los dramas individuales y de pareja se llevan una buena parte del libro, el nudo principal está en las relaciones con los hijos. Por un lado, tenemos a los gemelos Magid y Millat, que deben lidiar con las expectativas religiosas y morales de su papá, y por otro está Irie, que intenta hacer las paces con su identidad mestiza y lucha para abrirse paso entre las sombras de los demás, con una mezcla de desparpajo y aparente indiferencia.

La escritora Zadie Smith dibuja una historia llena de humor y personajes que se mueven en los márgenes. Foto: Ariana Guevara Gómez

La maraña se completa con otros personajes asombrosos: una abuela que forma parte de los adeptos a los Testigos de Jehová, una pareja inglesa de clase media-alta y sus hijos, un grupo fundamentalista, un bisabuelo héroe de la historia india, un propietario musulmán de un antiguo bar irlandés, un director de escuela, un colono inglés en Jamaica y así. Cada uno, aunque al principio no lo parezca, aporta al desarrollo de la historia que va dando un giro inesperado hasta terminar, de alguna forma, en la presentación de un hallazgo científico. Parece que no tiene sentido, pero en realidad sí lo tiene. Y mucho.

Con un estilo envolvente y a ratos sarcástico, la narradora del libro (que, para mí, es mujer) toma partido. Se burla de los personajes, mete datos, interpela a quien lee, hace diagramas y dibujos para explicar mejor algunas cosas. Por ejemplo, un árbol genealógico o la autopercepción del cuerpo de Irie. Nos lleva con suavidad y de repente nos lanza al vacío con mordacidad. 

Un café es buena compañía para acompañar las pequeñas tragedias de los personajes de esta novela. Foto: Unsplash

Otra de las cosas que más me gustó de este libro es que se puede oír a los personajes con sus propias cadencias y tonos, gracias a unos diálogos muy vivos. Te puedes aburrir con el discurso de Samad (uno de los personajes centrales) sobre su bisabuelo, puedes escuchar el tono de autosuficiencia de Magid o la desidia de Millat. Es como si nos pudiéramos asomar por un huequito a las conversaciones ajenas y seguir los pleitos, las frases a medias, las interrupciones, los gritos y los susurros, y adivinar quién dice qué antes de que te lo confirmen. 

Más allá de eso, este libro muestra verdades incómodas y aborda algunos temas que parecen surgir una y otra vez, en distintas épocas y lugares: la migración y sus duelos, la construcción y reconstrucción de la identidad, las relaciones familiares en entornos complejos, el racismo (tanto el explícito como el sutil, el que se esconde detrás de frases amables), el apego a las raíces y la búsqueda de la propia verdad. 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *