En la casa-museo Isla Negra se encuentran los restos de Pablo Neruda y Matilde Urrutia. Foto: Wikimedia Commons
La versión original de este texto se publicó hace unas semanas en el diario El Nacional
Es materia en el colegio y es un nombre presente en cualquier biblioteca, hasta lo han mencionado en la serie de TV estadounidense Cómo conocí a tu madre (How I Met Your Mother) porque es uno de los autores favoritos del protagonista Ted Mosby. Pablo Neruda, laureado con el Nobel, se mantiene vigente, y visitar sus tres propiedades en Chile –convertidas en museos– es una experiencia íntima y hasta divertida, que permite conocerlo más.
Cada casa tiene un nombre particular, la de Santiago se llama La Chascona, Isla Negra la que se ubica en un tramo de costa chilena que lleva el mismo nombre, y La Sebastiana es la propiedad en Valparaíso. Para visitarlas es necesario pagar una entrada general –no tan económica– de 7.000 pesos (poco más de 10 dólares) e incluye una audioguía en 5 idiomas: inglés, francés, portugués, alemán, italiano y español.
La Fundación Pablo Neruda vela por conservar la herencia del poeta y mantener estas edificaciones. Su portal web revela que reciben más de 300.000 visitantes al año, que llegan de todas partes del mundo. También imparten talleres literarios, realizan concursos y organizan encuentros conmemorativos y artísticos.
En la capital
La Chascona está en el barrio Bella Vista, cerca de bares, restaurantes, el cerro San Cristóbal y una intensa vida nocturna en Santiago. Neruda comenzó a construir esta casa para su amante –quien luego se convertiría en su tercera esposa– Matilde Urrutia en 1953. El nombre significa “despeinada” en quechua, y el poeta lo usó como un guiño para hacer referencia al cabello rizado de Urrutia.
En el interior de la casa hay cierto desorden en la infraestructura, hay un patio interno rodeado de puertas, y es necesario subir y bajar escaleras para recorrer el museo. En el bar principal se pueden ver copas coloridas, esculturas y otros objetos que conservan recuerdos de viajes del poeta, el comedor está en un pasillo angosto con ventanas pequeñas y redondas que simulan el interior de un barco. En uno de los cuartos se aprecia un collage de recortes de revistas con fotografías de Pablo y Matilde, mientras que en el salón de lectura se puede ver un retrato de Matilde hecho por Diego Rivera, y en otro cuarto, sus libros, medallas y reconocimientos, entre los que destaca su Premio Nobel de Literatura de 1971.
Cada rincón alberga objetos valiosos que se han conservado en perfecto estado. Fue en esta misma morada que velaron al bardo tras su muerte en 1973, pero luego fue vandalizada. Urrutia se encargó de la recuperación de la casa, que fue declarada Monumento Nacional en 1990 y actualmente conserva parte de su legado.
Por la costa
El mar era una gran fuente de inspiración para Neruda, y en el cerro Florida, en Valparaíso, encontró otro lugar para admirar el océano Pacífico y escribir: una casa de cuatro pisos que eligió compartir con la escultora Marie Martner y su marido, para él instalarse solo en el tercer y cuarto piso. Hizo remodelaciones y para su inauguración, el 18 de septiembre de 1961, escribió el poema “La Sebastiana”. Al igual que La Chascona, esta casa fue saqueada luego del golpe militar y se restauró en 1991 para convertirla en museo.
La fachada es particular, colorida, angosta y de varios pisos, como una torre. Aquí se puede disfrutar la vista panorámica desde los ventanales y una amplia terraza, observar las viviendas que arropan los cerros de Valparaíso y contemplar los barcos en el puerto. La silla favorita del poeta, su máquina de escribir, pinturas, mapas antiguos, esculturas, claraboyas de barco y hasta una corocora venezolana embalsamada son algunos de los objetos que destacan en La Sebastiana.
Siguiendo por la costa, a 70 kilómetros más al sur de Valparaíso, muy cerca del mar, se encuentra la tercera casa-museo de Neruda en Chile, Isla Negra. Esta fue su primera cabaña, la compró en 1938 a un marino español y es aquí donde descansan sus restos y los de Matilde Urrutia. La propiedad incluía un terreno que le permitió al escritor hacer ampliaciones y remodelaciones durante años para plasmar su estilo.
En el piso de la entrada principal hay caracolas. A un lado de la casa, un peñero decorativo. Sobre su salón de escritura, un techo de zinc para escuchar la lluvia. Y en el interior, su colección de máscaras, barcos en botellas, un motor de tren y hasta arena de playas brasileñas. Isla Negra era su casa favorita. Aquí fue donde escribió gran parte de su obra, e incluso dedica un libro a esta vivienda: Una casa en la arena.
Como un juguete
Aunque Pablo Neruda contó siempre con el apoyo de arquitectos e ingenieros, se esforzó por liderar, transformar las habitaciones y adaptar sus casas a sus excéntricas ideas. Luego de recorrer La Chascona, La Sebastiana e Isla Negra, se pueden identificar los “juguetes” que menciona en sus memorias Confieso que he vivido y reconocerlo a él en su propio espacio al evocar una de sus reflexiones: “He edificado mi casa también como un juguete y juego con ella de la mañana a la noche”. Aquí se puede descubrir su preocupación por los detalles, la relación con otros artistas y políticos, su afán por coleccionar objetos, sus recuerdos de viajes y hasta su humor.